En mi visita al Monasterio de Sant Benet de Bages, he viajado en el tiempo hacia una época medieval pasada, que conviene recordar. Al esfuerzo de las personas que lucharon por conservarlo, pese a saqueos, incendios y expolios. A la familia de Ramón Casas que compró el edificio, restauró y habitó durante largo tiempo y hoy llega a nosotros de mano de una entidad bancaria ya fusionada con otra y finalmente no sabemos en manos de quién irá a parar.
Pero hoy está aquí, dispuesto a sobrevivir pese a todo y me paro a contemplar lo que de él queda, del silencio de su entorno, del resultado de su restauración y pienso que mucho mejor así que destruido. Que Puig y Cadafalch hizo lo que pudo y lo que en su momento consideró conveniente de acuerdo a las instrucciones que recibiera de la familia de Ramón Casas. La vivienda, integrada en el monasterio, guarda la esencia de una época ya pasada también, pero muy presente todavía entre nosotros, el modernismo dejó huella y obras de extraordinaria belleza.
Pero el monasterio nos contempla en silencio, tras sus muros está su historia, que se inicia en el siglo X y que se amplia considerablemente a lo largo de los siglos XII y XIII, que cae y se levanta y vuelve a renacer en el siglo XVI, se anexionó a Montserrat en 1590 y funcionó como tal hasta la desamortización de Mendizábal.
No hay que dejar de verlo, ahora existe una nueva forma de explotación para su conservación y mantenimiento. Visitas guiadas, salas de congresos, bodas, visitas escolares, audiovisuales, ... un montón de posibilidades para rentabilizar el complejo, son otros tiempos, otras necesidades, otras inquietudes y también otros fines, ya que actualmente no hay vida monacal en él. Es una historia de nuestro pasado que sigue en pie y a su manera nos habla y nos transmite sensaciones y si a ello le unimos una gastronomía local muy bien elaborada el resultado no puede ser mejor.