Tras la
aparición de Luis XIV en Versalles, con la arrogancia de los hombres absurdos
que se creen superiores, transformó aquel pabellón de caza donde se divertía
con su padre en un palacio indescriptible. La razón de tal transformación no
fue otra que la envidia que le produjo la belleza y esplendor de
Vaux-le-Viconte.
Dicha
arrogancia “El Estado soy yo” llevó consigo mucho sufrimiento. La corte
francesa alcanzó sin duda una sofistificación extrema, que se prolongaría
durante los reinados de Luis XV y Luis XVI y que acabó con la paciencia de
aquellos que no tenían nada que comer, pero tampoco nada que perder.
Hoy
contemplando Versalles desde un punto de vista vacacional y festivo (que no
está nada mal) recuerdo al subir por la gran avenida a la población hambrienta
y desesperada avanzando sin más armas que palos y piedras para asaltar el
símbolo de la opulencia desmedida.
También me
paro y contemplo el palacio recordando a los hombres que fallecieron durante su
construcción, porque desde luego no existía la prevención de riesgos laborales
y dejó viudas, huérfanos y madres sin
hijos.
Pero hoy el
sol está radiante y paseamos por sus jardines, hacemos fotos y recordamos los
acontecimientos de las historia oficial y la obra llevada a cabo por André Le
Nôtre, En su interior visitamos la sala
de los espejos e imaginamos sus fiestas, las damas, la corte, las amantes del
rey.... pero olvidamos a los que no tienen nombre y no pasan a los libros de
historia, aquellos que realmente levantaron la obra con sus manos.
Creo que es justo, al menos una vez, de
recordar lo que hicieron, lo que lucharon, lo que sufrieron y el legado que no
dejaron y que volvemos a olvidar: “libertad, igualdad, fraternidad” ¿qué
pensarán de nosotros si nos contemplan?